Hey, Noah!

Tiempo atrás tuve la idea de escribirte una serie de cartas desde el trabajo, para contarte vivencias extraordinarias del camino de Yonedev: algunas que ocurrieron en el pasado y otras que podrían llegar en el futuro. Ya sabes, ese sitio donde el trabajo es parte integral de la vida. Cartas que jamás habría escrito contigo a mi lado. Esas historias te pertenecían, narradas con mi voz, para acompañarte hasta que el sueño te venciera.

Aunque no pueda hacerlo de la manera que imaginé, ni siquiera tuve tiempo de contarte una sola de esas historias. En estos meses, en la oscuridad de la cueva, he escrito innumerables veces esta primera carta. En ocasiones con rabia, en otras con tristeza, en todas con amor por ti, y en muchas con todas las emociones posibles juntas. Pero siempre llegaba al mismo punto y la desechaba, una y otra vez, a la basura.

Noah, en este tiempo sin ti han sucedido muchos acontecimientos relacionados contigo que, cuando llegue el momento, me ayudarás a contar. Sin embargo, ahora quiero relatarte la historia de unas personas buenas. Personas que te hicieron un regalo.

Para tu madre y para mí, julio ha sido el mes más difícil de todos los que hemos tenido que vivir sin ti. Un momento significativo: estarías cumpliendo tu primer año de vida. Los meses de julio y agosto del año anterior fueron duros. Sin embargo —y citando a tu madre— fueron unos meses tan bonitos que no merecían acabar en lo que vino después. Maldito 27 de septiembre de 2024.

Pero vamos a la historia, coleguita.

Cuando el tiempo se paró, en octubre de 2024, perdí toda capacidad para realizar mi trabajo. No podía concentrarme, ni siquiera leer por placer. Me quedé vacío sin tu presencia. Todos los clientes, con los que estaba trabajando, entendieron la situación y respetaron mi momento. Es lo bueno de no trabajar para todos, sino para la gente que de verdad merece mi esfuerzo. Tu padre solo trabaja con gente buena, Noah.

Entre todos esos clientes y colaboradores —sin menospreciar al resto— debo destacar a una empresa: 100arboles. Con Uli, Evelyn y Jenaro a la cabeza, me ofrecieron ayuda desinteresada para intentar integrar —que no es lo mismo que superar— nuestra nueva realidad.

Hay muchos gestos que podría mencionarte de estas personas: desde el apoyo que recibimos en los momentos más críticos de tu supuesta enfermedad, hasta el acompañamiento posterior para tu madre y para mí, ofreciendo soporte psicológico que ellos mismos querían costear. O palabras tan simples y poderosas como: Yoné, tómate el tiempo que necesites. El trabajo te estará esperando para cuando te sientas preparado.

Son actos, entre tantos otros, que jamás olvidaré.

Pasé muchos meses sumergido en el fango creado por mis lágrimas y el polvo de la cueva. Y, cuando sentí que tal vez estaba preparado para intentar volver al trabajo, me recibieron con los brazos abiertos. Recuerdo que les dije la razón de mi regreso: no era otra que tú, Noah. Desde entonces, cada proyecto tendría el mismo sentido: ser acciones dignas del orgullo de Noah.

Con esa premisa sigo intentando encontrar la motivación para trabajar. Aunque hay días en los que he tenido que decir: no puedo, no encuentro fuerzas, tengo que parar. Y también eso lo han respetado, Noah.

Y así, granito a granito, en un carrusel de emociones constante, he ido pasando las jornadas de trabajo. En su inmensa mayoría, creando el proyecto de software que necesitaba 100arboles, esas personas que han sido tan buenas con nosotros.

Noah, no te puedes imaginar lo que han hecho. Qué regalo te tenían preparado. Ese software —que muchos días se me hacía un gigante insuperable, con el cual he llorado tu ausencia— lo llamarán Noah Software. Hay muchas personas que jamás te olvidarán. Para ellas, eres eterno.

Ya tendré tiempo de escribirte sobre gente mala, sobre injusticias. Ahora te merecías una primera carta con luz. Has tenido suficiente oscuridad.

Te quiere,
tu padre.