Hey, Noah!
Acompáñame a contar nuestra trágica historia de fantasía, aquella que pudo ser y no fue, o fue, o yo qué sé.
Pesadilla
Año veinticuatro del segundo milenio después de Brian. En la fortaleza de Noah, de techos admirados y fronteras inquebrantables. Uno de los días más felices de la vida de tus padres —si no el más feliz—: día veintiséis del mes noveno. Recuerdo estar en mi altar de creación; a mi espalda, tú en los brazos de tu madre, y nuestros más notables caballeros protectores, uno a cada lado de la reina y del príncipe. En ese instante todo compromiso, esfuerzo y lucha cobró sentido. Era feliz, tenía una vida plena. Y al día siguiente: el día más desgraciado, cruel e injusto. La fecha prohibida de ser nombrada. El ocaso del sentido de tenerlo todo y perderlo luego. El contraste absoluto entre felicidad y tristeza. El inicio del tortuoso camino hacia tu definitiva despedida.
Los meses previos fueron tiempos de aventuras. ¿Recuerdas, hijo mío, cuando nos enfrentamos a la bruja de las Tierras Altas del Reino? En uno de nuestros pocos días de tregua, la bruja quiso acabar con nuestra felicidad. Empezó a incordiarnos y, con sus conjuros oscuros, arrancó piedras del suelo y las mantuvo suspendidas en el aire, como un ejército aguardando su señal para atacar. Pero la pureza del corazón de una persona buena quebró el hechizo, y aquellas piedras cayeron inertes al suelo, desbaratando su emboscada fatal. La multitud la increpó, y la bruja desapareció balbuceando maldiciones. Se instauró un breve tiempo de paz.
En el Reino de Noah, en Pueblo Mágico, se vivía sin pedir ni molestar. Con la única ilusión de ver, cada día, al príncipe crecer.
Llegó la madrugada del veintisiete. Como cada noche, te despertaste para alimentarte. Esta vez fue diferente. En un instante empezaron a salir de tu boca violentas llamaradas blancas. Tu respiración no era la de siempre. No querías comer. Casualmente, esa mañana teníamos que acudir al druida que cuidaba la salud de los niños de Pueblo Mágico para darte las pociones curativas de tu temprana edad de dos meses. Aprovecharíamos para contarle lo que ocurría contigo. Él encontraría una solución a tu transformación. No te lo niego: empezamos a sentir miedo.
Nos presentamos puntuales, a primera hora de la mañana, en la Casa de Sanación. Le explicamos al druida y a su ayudante que algo iba mal con tu salud. Les hablamos de las dificultades que notamos en tu respiración, de la violenta explosión de llamaradas blancas y de tu inapetencia desde hacía horas. Incluso llevamos una cajita musical donde guardamos el sonido extraño de tu respiración. Lo único que recibimos por respuesta, después de la auscultación, fue: “El niño está perfecto”. Y procedieron a aplicarte esas malditas pociones. De allí salimos incrédulos, con dos artefactos mágicos para darte el sustento y un procedimiento para controlar tu reacción a las pociones.
Regresamos al Reino y tuvimos un corto periodo de tranquilidad. Te dormiste. Pero al despertar: llanto y rechazo a la comida. ¿Qué hacemos? ¿Son los efectos de las pociones o estás enfermo? El shock nos paralizaba, solo queríamos que estuvieras bien. Yo salí a la tienda de mejunjes para buscar uno de esos objetos que extraen de tu madre el néctar que necesitabas para vivir. Desde tu nacimiento lo habías recibido directamente de ella, pero ese día, por primera vez, no pudiste. En ese momento, tu madre aprovechó para hablar con la Casa de Sanación. Muchísimas horas sin comer. Y la respuesta: “Si en dos horas sigue igual, acudan al druida de urgencia”.
Al inicio de la noche, seguías mal. No podíamos esperar más. Fuimos al druida de urgencia. Ni te miró ni te exploró. Se limitó a usar un objeto de su inventario para medir la temperatura corporal, tocó tus labios y dijo: “Parece que no está deshidratado”. Y añadió un momento después: “Pero para asegurarnos creo que vamos a mandarlo al Gran Centro de Sanación”.
Para llegar al Gran Centro de Sanación había que cruzar toda la comarca, dejar muy atrás Pueblo Mágico, subir y bajar montañas una y otra vez. Sin embargo, los druidas tenían a su disposición las Carrozas de Vida, esenciales para que los debilitados llegaran en las mejores condiciones. Pero el druida de urgencia no quiso que fueras en una de esas carrozas y nos indicó salir al galope en nuestro corcel de hierro. Un viaje terrible atravesando tinieblas que nunca debimos cruzar contigo en brazos. La última vez que te pude arropar en mis brazos.
En el Gran Centro nadie entendía cómo tú, Noah, llegaste con tus padres en ese estado. La situación era crítica, estabas muy malito. Se nos desgarró el alma cuando, en medio de la noche, del volcán emergió un dragón dorado que, con una suavidad impropia, te sostuvo en un diminuto lecho entre sus fauces para conducirte hasta los cuidados de los ángeles blancos en las tierras al otro lado del agua. Ni tu madre ni yo comprendimos lo que ocurría ni por qué ese ser mitológico acudía a realizar la tarea que los druidas, inertes en su pasividad, habían rehusado cumplir. Su rugido, tan ensordecedor como esperanzador, era nuestra carta para curarte.
El dragón dorado te llevó al Gran Centro del Reino vecino. Allí lucharon contigo por salvar tu vida. Pero eran insuficientes ángeles y convocaron a los ángeles blancos del Reino hermano. Estos decidieron llevarte en el pájaro de acero a su Gran Centro de Sanación en el Reino hermano. Allí luchaste como un campeón. Esos ángeles fueron nuestra esperanza durante semanas, hasta que no pudiste más y tu velita se apagó.
Nunca debimos conocer a los ángeles blancos. Los seres buenos deberían aparecer en los momentos bonitos, para ser recordados. La historia de aquellos días la escribieron los druidas de Pueblo Mágico con su desidia. Ellos borraron tu historia. Te dejaron reducido a una página en blanco.
Los días siguientes no vieron la luz del sol; fueron todos noches oscuras. Permanecimos un tiempo en el limbo del Reino hermano, aguardando que los Sabios del Descanso descifraran la historia que tu alma había escrito en tu cuerpo. Al concluir, regresamos contigo a Pueblo Mágico y nos enterramos en vida los tres. Hasta que el Oráculo, poseedor del conocimiento pleno del pasado, presente y futuro, nos despertó y nos mostró el Manuscrito de la Verdad de Noah.
Despertar
Quince de septiembre de 2025 d.C. Suena mi despertador; son las 7:00 AM. A mi lado, tu madre duerme por el agotamiento de una noche más en vilo. Hace un año que tu cuna está vacía. Para la mayoría fuiste un instante que ya pasó, un evento que hay que olvidar y superar; para nosotros eres presente y serás futuro, un ser que nunca dejará de existir. A las 10:00 AM nos espera la reunión donde daremos el siguiente paso en busca de la poca justicia que aún podemos ofrecerte.
Quizás llevo demasiado tiempo al borde de la locura, pero si algo tengo claro es que en nuestro mundo no existen pociones mágicas, ni druidas, ni Carrozas de Vida, ni dragones, ni ángeles blancos. Nos ha tocado vivir la mayor de las injusticias, la mayor de las crueldades. A la sociedad le incomoda la tristeza, las personas rotas. Se omite a los tristes: la fiesta es mejor que llorar. En nuestra poca cordura no nos importa nada más que esclarecer tu innecesaria despedida.
Digamos que Pueblo Mágico no existe. Que existe un pueblo que, en demasiadas ocasiones, importa bien poco. Un lugar donde íbamos a ser felices… y nos quebraron la vida. Quizás —y solo quizás— porque aquí nunca pasa nada, o casi nada. Porque nadie se queja, o casi nadie se queja. Porque la crítica se escupe en un bar con dos copas de más, a veces sin fundamento, otras con razón… pero siempre condenada a perderse en la resaca. Hasta que llegó Noah y pagó la dejadez de todo un pueblo. Me incluyo, quizás… solo quizás.
A este lado de la realidad, todo es más crudo que en Pueblo Mágico. Supuestamente, solo supuestamente. Viviste una cadena de errores que marcaron tu destino. Nosotros dimos señales evidentes de tus síntomas adversos y no nos escucharon. Llevamos doce puñeteros meses en silencio, recopilando pruebas e informes sin descanso. En manos de personas que puedan afirmar, con total rigor, qué ocurrió aquel fatídico día.
Entre otras cosas, insistimos para que continuaran investigando tu perfil genético y, con los informes que tenemos, podemos decir que:
NO TUVISTE UNA ENFERMEDAD GENÉTICA
Por lo menos hasta donde el estado de la ciencia actual puede comprender el genoma. Según la valoración experta que obtuvimos: “hay un 99% de posibilidades de que Noah no tuviera ninguna enfermedad genética”. Puede que la respuesta esté en el 1%, pero resulta remoto que esa fuera la causa de tu despedida.
Hay muchísimas preguntas para las cuales no tenemos respuestas. Afirmaciones que no podemos hacer públicas, pese a tener evidencias claras de que sucedieron. No te preocupes, Noah. Si guardas el adecuado silencio, la ciencia y la justicia terminarán hablando.
El reloj marca las 10:30 AM. Es la hora de reclamar para ti lo único que aún podemos darte: dignidad y justicia. Que no quede en el olvido que se portaron muy mal contigo, como si fueras un ciudadano de segunda, en un mundo que debería tratarnos a todos como iguales.
Antes de finalizar la reunión, informo que estoy publicando una serie de cartas para ti, en las que suelo contarte situaciones de mi trabajo. Pero guardaba una carta especial para explicarte lo que ocurrió aquel fatídico día. Y, qué carajo, para que el mundo sepa que no te tocaba irte. Quien está frente a mí me advierte que no puedo usar nombres propios ni localizaciones reales en la carta. En ese instante, se me ocurre narrar lo ocurrido como una historia fantástica, una de nuestras paranoias. Nadie puede sentirse aludido por un cuento fantástico… ¿verdad?
Tengo esa sensación de déjà vu, como si ya hubiese escrito esa carta y, en el camino al recuerdo, la hubiese olvidado. Qué sé yo.
No permitiremos que su relato tape la realidad ni que desvíen responsabilidades. Para la gente de la calle no puedes seguir siendo “el niño de la enfermedad genética”. La verdad está en Pueblo Mágico. Algún día podremos gritarla sin ambigüedades en nuestro mundo.
Coleguita, que cada uno cargue con su consciencia.
Te quiere,
tu padre.
Posdata: Noah, quien lea contigo esta carta que lo haga con el respeto que mereces. No debemos permitir que lo usen para beneficio de unos ni como circo de otros.